martes, noviembre 29, 2005

De Eduardo Galeano

En un libro de Eduardo Galeano me encontré el siguiente texto que quiero dedicar a las amadas personas que en algún lugar de Galicia, de vez en vez, me recuerdan.

El río del Olvido

La primera vez que fui a Galicia, mis amigos me llevaron al río del Olvido. Mis amigos me dijeron que los legionarios romanos,en los antiguos tiempos imperiales,habían querido invadir estas tierras, pero de aquí no habían pasado: paralizados por el pánico, se habían detenido a la orilla de este río. Y no lo habían atravesado nunca, porque quien cruza el río del Olvido llega a la otra orilla sin saber quién es ni de dónde viene.
Yo estaba empezando mi exilio en Espańa, y pensé: si bastan las aguas de un río para borrar la memoria. ¿Qué pasará conmigo, resto de naufragio, que atravesé toda una mar?
Pero yo había estado recorriendo los pueblecitos de Pontevedra y Orense, y había descubierto tabernas y cafés que se llamaban Uruguay o Venezuela o Mi Buenos Aires Querído y cantinas que ofrecían parrilladas o arepas, y por todas partes había banderines de Peńarol y Nacional y Boca juniors, y todo eso era de los gallegos que
habían regresado de América y sentían, ahora, la nostalgia al revés. Ellos se habían marchado de sus aldeas, exillados como yo, aunque los hubiera corrido la economía y no la policía, y al cabo de muchos ańos estaban de vuelta en su tierra de origen, y nunca habían olvidado nada. Ni al irse, ni al estar, ni al volver: nunca habían
olvidado nada. Y ahora tenían dos memorias y tenían dos patrias.

sábado, noviembre 26, 2005

La plancha

No importa lo bonita, moderna, multifuncional que sea la plancha, siempre será fea.

Necesidades básicas

para Sophie, obviamente.



Necesito mucha calma para pensar,
y la mar cerca para contemplar
esa eternidad a nuestro alcance.
Tiempo para soñar
y cerca de casa un café con mesas al aire libre
para despertar.
Necesito la sobriedad de tu piel
y tu aliento cerca,
tus ojos verdes y el sol reflejado en tus rizos:
tu voz, tus notas pegadas en la nevera,
la certeza de verte llegar.
Necesito estar contigo para enfrentar
la inútil pereza de lo cotidiano,
la lentitud de las horas con sus días y sus años.
Necesito un par de amigos borrachos
pero con un perro basta.
Necesito una libreta nueva
para darle un carpetazo a todo el pasado,
para no revolverle más las hojas
a ese ente inasible que se nos junta en los ojos,
a eso que juntos ya no somos a pesar de serlo.

sábado, noviembre 12, 2005

fragmento

—No es buena idea viajar con el corazón roto —dijo él y dejó caer la ceniza del cigarrillo en la taza vacía.
Ella respondió que los pacientes con verdaderos males cardiacos lo primero que debían dejar de hacer eran cosas como fumar y beber, y al decirlo abanicaba con la mano el humo suspendido sobre la mesa. Él entonces se clavó dilucidando el sentido metafórico confrontado con el literal de la palabra “corazón”. Y además que “cardiaco” y “del corazón” son cosas distintas pegadas con la palabra mal. Algo por el estilo. Siempre caía en esos juegos lingüísticos enredosos, enredados como un caldo de lombrices, siempre que se sentía acorralado y quería retomar el control de la partida.
Y luego, para complacerla, para recordarle aquella época casi olvidada por ambos en la que él le escribía un correo electrónico cada día. Improvisó un verso estúpido en el que hacia ripiar la palabra corazón con desazón. Luego se fue quedando callado, fueron dejándose callar, como se dejan caer los que se dejan caer, por un silencio espeso y espacioso que surcó la cafetería.
Ella cambió el tema y se fue por las ramas, como una hembra chimpancé huyendo del macho directo y erecto: que si la mesera, la clínica, la renta, la enfermera, la cena de año nuevo que acababa de pasar en compañía de sus padres y hermanas que habían hecho el largo viaje desde Francia una hermana y desde México el resto. La futura flamante ginecóloga —él piensa que le hubiera gustado ser el ginecólogo de ella— con flamante consultorio en Santa Fe, un marido a la medida, un buen lacayo y buenos autos.
—Tienes manos de ginecólogo —dijo ella tomándole una y acariciándole. —Pequeñas, regordetas y suavecitas.
Él miraba como si en la ceniza allá en el fondo de la taza vacía pudiera leerse una explicación que explicase el vacío acá en el fondo de su alma: esa cosa que somos sin serla y sin verla y con la que la psicología y las religiones del mundo nos engañan. Y de pronto en su mente visualizó la palabra fisting y dejó en paz las cenizas allá en el fondo de la taza vacía.
Él sabía que por mucho que ahora se esforzase no sería capaz de tejer líneas como aquellas que ella día a día esperaba y recibía, día a día en su buzón, como píldoras; pero esa otra época, en el mismo instante en que ella hablaba y el fingía que escuchaba, se moría.

—Usted es doctora. Cúreme.
—Te quise mucho —se defendió ella, tratando de ocultar la sorpresa que sentía ante el rostro que en esas palabras se transformaba sólo en un rostro sin palabras, pero un rostro suplicante, inútilmente suplicante.
—Eso no me sirve.
—Señor, esas lesiones yo no se las puedo curar.
—Sí que puedes, pero ya no te gusto, te parece ahora que sólo soy un calvo con ocho muelas podridas y un triste futuro editorial —dijo pero se interrumpió como para conservar las formas.
—No seas patético. No digas eso, bien sabes que conmigo no funcionan tus trucos de Jedi. Y sí que me gustas, tío. Mucho.
—Estás más gorda pero te sienta bien, te ves más buena.
—Ya me lo habían dicho —dice ella salpicándole agua con un popote —Yo nunca hubiera pensado que algún día fueras flaco, te sienta bien pero te estás arrugando. ¿No habrás cogido un sida en tus andanzas autodestructivas?
—De todos modos —dice él como si nada, pero sus nudillos bajo la mesa dan tres golpecillos apenas audibles que ella siente porque tiene los codos apoyados —no importa. En realidad no vine a verte, vine a conocer España, a comprobar que existe y que no es un invento que forma a su vez parte de un complot para engañarnos y así mantenernos trabajando, porque estamos siempre pensando que algún día tendremos dinero para irnos a Europa.
—Dices eso porque te estás enamorando, como siempre. Eres tan previsible, tan transparente para mí, tan devoto… ni siquiera eres una presa interesante, eres como un huérfano, tan frágil que se antoja jugar un poco contigo; ensayar la crueldad. Todos somos crueles, todos nos odiamos a todos.
—Ya lo sabía.
—Sí, ya sé que lo sabías.

Esa duración pertinaz

… pero los nombres, los verdaderos fantasmas que son los nombres, esa duración pertinaz.
Julio Cortázar

La miseria nos acecha con sus dientes afilados por doquier; la miseria omnisciente, omnipresente. Huye de la miseria como del árbol triste bajo la tormenta.
Los seres que tanto amamos se vuelven recuerdos extraños, deformes, decapitados y al final, casi siempre, recuerdos sin adjetivos. El nombre se vuelve a veces una rata muerta que uno encuentra al abrir un cajón. ¿Cómo eran esos ojos? Un tabique nasal, a veces un gesto, pero eso, el tabique nasal afilado y los ojos un poco entre sombras, una mirada de celosía, que veía sin dejarse ver; tus ojos mecidos sobre las ojeras, sobre las tortugas que se instalan bajo los insomnios, los ojos. Sobre todo eso, siempre los ojos y a veces también el sexo, casi siempre el sexo.

Danse Russe

De William Carlos Williams

Si cuando mi esposa está durmiendo
y el bebé y Kathleen
están durmiendo
y el sol es un flamígero disco blanco
entre sedosas brumas
sobre árboles luminosos, —
si yo en mi cuarto del norte
bailo desnudo, grotescamente
ante mi espejo
sacudiendo mi camisa alrededor de mi cabeza
y cantando suavemente para mí: "Estoy solo, solo,
nací para estar solo,
¡estoy mejor así!"
Si contemplo mis brazos, mi cara,
mis hombros, flancos, nalgas
contra las sombras amarillas derretidas,—

¿Quién podría decir que no soy
el feliz genio de mi hogar?

Danse Russe

by William Carlos Williams


If when my wife is sleeping
and the baby and Kathleen
are sleeping
and the sun is a flame-white disc
in silken mists
above shining trees,-
if I in my north room
dance naked, grotesquely
before my mirror
waving my shirt round my head
and singing softly to myself:
"I am lonely, lonely,
I was born to be lonely,
I am best so!"
If I admire my arms, my face,
my shoulders, flanks, buttocks
against the yellow drawn shades,-

Who shall say I am not
the happy genius of my household?




*Tomado de: http://www.poets.org/viewmedia.php/prmMID/15539

LA PALABRA CANTA Nota sobre la traducción de William Carlos Williams

Extraje del librero un libro: Antología de la poesía norteamericana preparada por Agustí Bartra y publicada por la UNAM en 1988. Quería transcribir algún verso para enviárselo a Sophie y me encontré con un poema de William Carlos Williams intitulado “Love Song” que hallaréis posteado en este sitio muy pronto. Ya he publicado aquí una traducción de Bukowski o acaso dos, no lo recuerdo. He redescubierto a William Carlos y me he dado a la tarea de traducir algunos de sus textos buscando hallar en dicha actividad el equilibrio perfecto entre libertad y respeto por las voces originales que habitan los poemas y que no hay forma de traducir. Sobre este tema hay amplia bibliografía, que supongo es un debate entre la translación, la traición y la interpretación. No me interesa eso por ahora. Ahora lo que me interesa es presentar algunas traducciones de William y dejarlas libres por la red. En aquellos casos en los que la traducción no sea mía, el lector encontrará al final de cada uno el crédito correspondiente así como la fuente cuando se citen fuentes originales.

miércoles, octubre 12, 2005

Jueves

El dolor está por todas partes. Donde quiera que mires, donde quiera que indagues, levantas una piedra y encuentras a un pobre tipo atormentado por el dolor, sintiéndose solo y único y aislado e incomprendido, todo eso. El mundo está lleno de tipos que viajan para olvidar y la tragedia es que se gastan los ahorros de sus vidas, abandonan su estatus, venden el automóvil, pierden el empleo y se van al otro lado del mundo sólo para comprobar con amargura que no pueden olvidar, que el olvido nunca llega por decreto y la distancia mentira que sea un catalizador. Me di cuenta de esto en Oporto. Llegué de noche porque había perdido el tren de la mañana que salía a las siete de Redondela o quizá más temprano, una obscenidad el horario. Pregunté en la ventanilla a qué hora salía el siguiente tren y me dijeron que a las tres y eran apenas las diez de la mañana, así que estuve vagando por Redondela, me metí en un café y fumé algunos cigarros, luego vagué hasta que llegó la hora de subir al tren. Cuando llegué a Oporto me moría de hambre, tenía un dolor terrible en la garganta a raíz de que la noche previa me había dormido con el ventanal abierto y era una noche fría porque cuando yo anduve por allá el invierno más frío en sesenta años azotaba España. Entré a un restaurante y pedí lo único que supe leer en la carta: arroz. Me trajeron un recipiente lleno de arroz caldoso del que pudieron haber comido dos personas hasta hartarse, estaba delicioso, revuelto con frutos del mar, me sirvieron pan y mantequilla, un detalle que los españoles me habían dicho que apreciaban. Me comí todo y lo bajé con un refresco de manzana. Entonces me comenzó a doler una muela, un dolor horrible en el maxilar superior derecho. Llegué como pude al hostal que marcaba la guía. Un tipo gordo y amable me mostró el cuarto y me entregó las llaves. Tenía baño. Me encerré durante dos días, lo que para un viaje a Europa de tres semanas es una putada de tiempo perdido. Sólo salí a comprar algo en la farmacia, apenas me pude dar a entender, el dolor en la muela me impedía incluso hablar. El tipo me vio tan mal que se olvidó de fastidiarme con la receta. Me dio, tras preguntarme con insistencia si mi estómago estaba bien, unas cápsulas azules, grandes, que te provocaban un suave cosquilleo en el rostro pero me quitaron el dolor. Oporto estuvo triste, ni siquiera quise cruzar el río para ir a probar el famoso "vino de Oporto", cuando decidí largarme a Lisboa la ciudad me despidió con una lluvia persistente y molesta. El dolor de garganta seguía y aumentaba, el de muelas a ratos se me aparecía y yo me lo bajaba con una pastilla azul.

Alicia o la triste envoltura de la carne


Para Alicia, obviamente.

En un lejano lugar
Retacado de nopales...
Rodrigo González


Mi amigo presentaba su libro de poemas y en forma no muy efusiva yo había esperado ansioso ese día. El lugar de la presentación era un antrillo de mala muerte: diminuto, sucio, sin ventilación. Cuando se llena, uno no puede moverse y hasta el simple acto de alargar la mano y sacudir la ceniza del cigarro se complica. La mano se escurre entre los cuerpos, como si entrara en una grieta, pide permiso, la ceniza busca un lugar en el piso y cae encima de los zapatos, se enloda con los restos de cerveza y la mano, con un poco de suerte, vuelve a su sitio. Es un lugar hacinado, es feo, la música siempre es igual, pero es nuestro lugar y cuando menos no programan a Cristian Castro ni a Luis Miguel. Hacía poco que habíamos llevado a una amiga de León que no aguantó mucho, que apenas soportó unos quince minutos y mientras estuvo adentro se le notaba la náusea en el rostro; salió de malas, con ganas de vomitar y luego tomar el siguiente camión que la sacara de la ciudad.
Hay veces que no se puede respirar ahí adentro pero se respira.
Cuando llegué no había mucha gente, hasta encontré un lugar en la barra que me permitía ver las piernas de la mujer que arriba, en el tapanco, fumaba, sonreía, intercambiaba frases con alguien que no alcanzo a ver. No me mira y si me mira desvío la mirada. Ahora me he retirado de la dulce concupiscencia de la carne y ya ni siquiera me esfuerzo, aquí estoy por si me necesitan y no por haberme retirado dejaría de saltar sobre una mujer necesitada que requiriera un ameno revolcón, pero de ahí a buscarlo, a jugar a los jueguitos de la seducción, a hacerme el interesante, a desplegar mis ralos plumajes...
Se lo trataba de explicar al gringo que se casó con la hermana del poeta. Le hablaba de mi corazón roto, no sé por qué. Cuando me saludó y me preguntó que cómo estaba, lo primero que se me ocurrió fue decirle que mi mujer, la mujer que había amado locamente durante los últimos cinco años, se había ido a vivir a Los Angeles con un gringo y que eso me tenía triste desde hacía tiempo. No me entendió muy bien.
—Tu novia es de allá? —preguntó como preguntan los gringos, usando sólo un signo de interrogación.
No tenía por qué hablarle de esto y se lo dije, me arrepentí casi al instante; tal vez por ser gringo me pareció justo y correcto quejarme de su compatriota que se llevó lo que yo más amaba.
—Me retiré ya de la tentación. De la triste envoltura de la carne —dije al gringo a manera de conclusión.
No recuerdo bien dónde leí esta frase. Creo que fue en una novela de John Fante pero no podría asegurar que fue allí. Quizá sí, quizá recuerdo a un personaje quejándose en silencio de una mujer, diciendo que lo único que ella tenía que ofrecer era la triste envoltura de la carne.
El gringo no entendió. Por lo general los gringos no entienden, están demasiados seguros de sí mismos como para entender nada. Sin embargo hay algunos como Mike que te caen bien aunque en general los gringos te caigan mal, es sonriente y se esfuerza sinceramente por comunicarse contigo sin esa expresión de condescendencia que sus paisanos ponen ante todo lo que no es americano. Odio a los gringos perdonavidas. Pero Mike me agrada, quizá demasiado. Cuando alguien me agrada demasiado inmediatamente me surge la sospecha de que no lo conozco bien.
El gringo se veía sano, sonreía confiado en sus dientes blancos, confiado en su buena salud, en el yoga, en el tantra o qué sé yo, tal vez en la mota. Cuando lo veo abrazar a Martha —confiado en que lo ama— su esposa y hermana de mi amigo poeta, pienso en lo natural que debe ser enamorarse de un gringo. ¿Cómo podemos competir con ellos? Nosotros, hijos de una generación incierta, de una nación incierta, oprimida por dentro y por fuera, crecidos en las crisis recurrentes, en el progreso que nunca llegó, en el miedo a perderlo todo, otra vez. En cierta forma me entristecía verlos juntos pues me hacían recordar, sentía celos, la imaginaba a ella, ella la mía, con su respectivo gringo mirando la puesta del Sol en Venice Beach. Pinches gringos. Recordé entonces que me quería morir desde hace tiempo. Recordé que pensar en morir era mi forma de consolarme en silencio y para mí; era un pasatiempo como dibujar un mapa. Pensar y planear la forma en que me habría de quitar la vida era mi fantasía recurrente, mi refugio; mi forma personal de ya no luchar contra la situación, cualquier situación, contra la vida que me quedaba y que se había vuelto tan triste.
Pero en el bar la cosa se iba animando. Llegaron muchas mujeres, algunas guapas, otras alocadas. Ya entrada la noche, los presentadores empezaron a leer sus respectivas presentaciones. A grandes rasgos una basura con un par de ideas más o menos originales. Los comentaristas de poesía suelen resultarme muy antipáticos. Los comentaristas de poesía suelen no amar la poesía. Es, por lo general, gente que no se ha formado leyendo poesía sino aprendiendo dizque a comprenderla en las aulas con profesores que tampoco entienden ni aman la poesía. Es más, ni siquiera creo que la poesía deba entenderse, he leído poemas que no entiendo y que sin embargo disfruto mucho. Se disfrutan muchas cosas que no se entienden. Soy tan inteligente.
Uno de los presentadores habló de la métrica, de las formas que se nos han vuelto naturales por tantos siglos de poesía española: el endecasílabo, el octosílabo, el alejandrino. Habló del oxímoron, del hipérbaton, del encabalgamiento. Se ha vuelto natural o es natural al español. No importa. En un momento dejé de escuchar y abstraje al presentador. Recordé mis días en la Universidad, recordé lo tentador que resulta hacer esas digresiones formales y lo interesante que uno se siente explicándose las cosas con el lenguaje propio de su área de estudio. Mientras tanto, en otro lugar del mundo, Mickey Mouse está criando una vaca y en algún otro lugar la gente sigue haciendo poesía para que estos eructitos empleen a tope su cerebro para deshacerse de ella. En fin, cada quien sus uñas.
Sin embargo yo ya había visto a Alicia. La vi desde que entró. Lo más hermoso eran sus ojos, después su boca y al final esa suave armonía que entre ojos y boca era como una música frágil en un cuarto vacío (más tarde descubriría que Alicia también tenía un lunar en el iris). ¿Creí que me miró o me miró de verdad? La seguí con la mirada, descarado. Luego ella leyó su presentación y dijo otras cosas acerca de la poesía de mi amigo, citó un fragmento de una canción de Tom Waits y al final de su lectura citó una de José José. Yo estaba bebiendo cerveza, todo el tiempo, una tras otra que es la forma adecuada de beber cerveza.

La noche siguió sin sobresaltos, hablé con una mujer que se largó minutos después excusando un compromiso y afuera del baño conocí a un tipo que era algo así como chef; le hablé de lo mío: hacer poesía, escribir cuentos y vender seguros, porque se puede hacer todo esto sin creer en nada de esto, se puede ser la sombra de un futuro posible, de un buen hombre posible que se perdió en el camino: ahora sigo solo, agregué, pero tampoco entendió; hace mucho que la gente no entiende nada.
A eso de las doce de la noche el sitio estaba lleno. El Dj ponía los mismos discos de siempre y la gente se emocionaba con las mismas canciones de siempre.
A dos pasos de mí, entre la multitud, vi a mi amigo Fermín tratando de ligar con la directora de una revista de bajo presupuesto y baja calidad, la directora y la revista. Me acerqué a ellos. Ella se fijó en mi corbata y cuando mi amigo le mencionó que yo también escribía poesía ella señaló mi atuendo y dijo que así no parecía ser poeta. Claro, debo usar huaraches, jorongo, pantalones de mezclilla o manta, morralito de lana, cigarrillo colgando de la comisura de los labios para subrayar el desprecio que siento por el mundo, boina con estrellita y barba de varios días, si no, es que soy un analfabeta. Claro, le dije, yo ni siquiera sé leer.
—Este güey, —dije señalando a Fermín —dice que soy poeta porque me quiere.
Por mi mente se paseó Pessoa en un tranvía, con un traje negro y corbata de moño, con su delgadez de alcohólico viejo y el sombrero negro como una ave de la zozobra posada sobre su cabeza privilegiada. Claro, los poetas. Vestido así no se puede ser poeta, Yocelín.
Usar saco y corbata me libera un poco de la jeringonza de los intelectuales. Como piensan de inmediato que la corbata ha exterminado todas mis neuronas se tienen que esforzar para explicarme sus ideas de manera sencilla y en general se abstienen de abordar temas profundos o de hacer digresiones personales. Si son tan inteligentes serán capaces de hacerle entender las ideas sublimes que sus deslumbrantes cerebros conciben a un idiota como yo. Al final, Yocelín, a quien le gusta dormir desnuda, acabó en la cama del Ronch y mi amigo Fermín se tuvo que conformar con la vida triste y los rituales de emborracharse hasta perder el conocimiento.

Recuerdo del Rockefeller Center. Había una mujer muy hermosa sentada en una de las mesas del Starbucks. Me miró, no por mucho tiempo, apenas una mirada de esas que pasan y sin embargo se quedan con ganas de regresar, pero no lo hacen. Alicia tenía esa mirada con-ganas-de-quedarse, pero estaba muy ebria, se caía. Apoyada en la barra tomó una de las botellas de cerveza y se bebió los restos. Como ya estaban a punto de cerrar el local no me querían vender más cerveza. Yo me sentí entusiasmado, pensé que me gustaba mucho aquella mujer y pensé que me recordaba en cierta forma a aquella otra que ahora se asoleaba en mis playas de California.
En algún momento de la noche Fermín y yo habíamos intentado acercarnos a unas vascas que bailaban y daban narizazos a los descuidados que pasaban cerca. No nos hicieron caso. Mi amigo Fermín no es muy bueno en esto de ligar. Yo, en cambio... No creo que se deba a su halitosis, no creo que sea su hediondez de sobaquina ni la costumbre que tiene de escupir cuando habla. Conozco a tipos peores que siempre están rodeados de mujeres y a hombres muy finos, como yo, que siempre estamos solos. Debe ser otra cosa pero no sé qué es, acaso esta imbecilidad galopante que aunque se oculte se nota.
Fermín le dijo a una mujer que no conocía: “tú me gustas, ¿quieres coger?” Eso fue hace tiempo, la mujer se rió y se puso roja pero al final no le dijo ni su nombre ni mucho menos cogieron.
Me quedaba una última cerveza. Alicia vino hasta donde yo estaba. No me la pidió, tomó la cerveza de la barra y se la llevó a los labios.
—Tienes una vibra muy chida —dijo.
—¿Y eso cómo se nota? —pregunté, claro, haciéndome el interesante.
—Tu actitud, tus ojos —dijo moviendo la mano en círculos también haciéndose la interesante..
—Gracias, tú me gustas —dije, pensé decir lo otro pero me contuve.
—Me voy a suicidar —dijo... señores, disculpen al violinista, es virtuoso pero pobre y las viejas cuerdas se le rompen.
Le dije que yo también me iba a suicidar pero no pareció escucharme. En ese momento me debí largar a cualquier otro sitio, irme a dormir a casa, al día siguiente debía trabajar muy temprano. Pero permanecí a su lado. Lo malo de ser un discapacitado emocional es que uno cae siempre en las garras de mujeres así.
Yo empecé a seguirla como perro faldero, cuando sospechaba que se iba le preguntaba ¿te vas a ir? Ella no parecía hacerme mucho caso aunque sé que en el fondo estaba atenta a mis movimientos. Mi amigo Fermín, mientras tanto, hacía su luchita con una rubia bastante guapa y ya bien entrada, muy bien entrada por cierto, en los treinta. Ambas, la rubia y la suicida, eran amigas y en algún momento la rubia vino a buscar a su amiga a donde yo estaba, “¿No has visto a Alicia?” Preguntó. Cuando al fin la encontró, me pareció que la trató de convencer de que ya era hora de partir. Alicia a ratos me buscaba, pero lo hacía como si se preguntara si no había olvidado algo “¿No me venía siguiendo algo?” Por un rato la perdí de vista y creí que se había largado. Vino Fermín.
—¿La viste? Me dijo que no la intentara seducir —dijo, siguiendo a la rubia con la mirada en su trayecto hacia el baño.
—Claro, para qué la vas a seducir si ya la conquistaste.
—Ah, yo pensé que lo decía porque no quería que me molestara en algo que no iba a funcionar.
—No, Fermín, no seas menso, aviéntese, aviéntese. Te dijo que no lo intentaras porque ya lo lograste... y sin querer —lo sé, soy un buen amigo.

En el taxi las cosas empezaron a descomponerse con Alicia conforme dejaba de ser la desconocida lejana y se convertía en la loca que mi amigo el poeta me había advertido que era. Habíamos tenido la oportunidad de irnos en algún auto de algún amigo pero la princesa prefirió un taxi. Fue hablando con el taxista, dijo que ella había sido taxista, por supuesto que no aquí, en París o en Viena; recordó un poema suyo.
—¿Quieres escucharlo? —preguntó.
Yo asentí.
Lo recitó lento y con la voz afectada por las interferencias del recuerdo que no se recuerda bien, de la memoria que de pronto se olvida de memorizar. Me preguntó si lo había entendido. Le dije que no. Iba a soltarle mi teoría acerca de la comprensión de la poesía pero ella saltó a otra cosa, se le ocurrió detenerse en una tienda a comprar cervezas. Ella quería pagarlas y yo no lo permití. Gasté los últimos pesos que traía en la cartera. Mi mala educación.
—¿Quieres saber como me voy a suicidar? —preguntó ya de vuelta en el taxi.
—Sí. Dame ideas—. La verdad es que yo no quería saber cómo se iba a suicidar pero hubiera dado lo mismo cualquier respuesta.
—Mi padre es médico, —dijo —tengo seis ampolletas de morfina que le robé.
Cuando menos, si no te mueres, te divertirás bastante, pensé.
—Y tengo otra ampolleta con cianuro —(claro, ampolleta de cianuro, está en el botiquín de cualquier médico) agregó. —Primero me voy a inyectar la morfina, luego el cianuro. Es una muerte segura y sin dolor.
Por mi mente pasó Alicia, mi pobre Alicia, dando traspiés en un cuarto de hotel, pasadísima tras meterse unos cuántos mililitros de morfina. Pero lo peor era el lugar en el que me ponía su proyecto: “Ella cree que yo soy tan estúpido como para creer que la morfina se guarda en el botiquín del baño como las aspirinas y, ¡no mames!, no hay ampolletas de cianuro”.
—Me voy a ir a Oaxaca, quiero morir en Oaxaca, en la playa. —Concluyó.
En el trayecto rumbo a casa del poeta, rumbo a la post fiesta, supe muchas cosas de Alicia. Tenía un hijo de ocho años llamado Rubén o Arturo o Bruno. Ella decía tener 45 años y decía tener una mariguana muy buena esperándola en su casa, “puras colitas”. Tarareaba a Tom Waits, era gran fan de Tom Waits aunque sólo se supiera una estrofa y mal. Otra gran maravilla de mi personalidad es que la gente suele pensar de inmediato que puede venir a sorprenderme, parecer un poco idiota, o un mucho, yo no lo decido, tiene la ventaja de que la gente suele irse de boca con las apariencias. Es una ventaja porque me divierto mucho con todos los hilos negros que me muestran, con todos esos espejitos que quieren intercambiar por oro.
El taxista iba muy divertido, Alicia iba muy ebria y decidió invitarlo a la casa. Eso no me perdonó la tarifa de cien pesos que le tuve que pagar al amigo por el trayecto que es largo.

Mi amigo poeta tiene una casa hermosa. Hay mucha basura y muchos pequeños detalles del olvido y el descuido incrustados en cada vista que uno tiene del lugar. La parafina coagulada sobre las botellas vacías de vino, los cuadros, las calaveras, el papel picado de una ofrenda que celebra la muerte cotidiana, un armario desvencijado lleno de tiliches por dentro y por fuera, un comedor, un hueso que cuelga del techo y es de carnaza, un refrigerador ominoso que irremediablemente guarda algún jamón podrido que los incautos devoramos durante los monchis; hay espejos manchados y largos sillones como durmientes y sobre ellos los rieles de nuestras vigilias pachecas. Hay una bolsa de mariguana en el comedor y un pasillo misterioso que desemboca en la sala y emboca en parejas desnudas sorprendidas por la cruda y el mediodía.
Nos sentamos alrededor de la mesa. Alicia ya estaba sentada muy pegadita a lado del amigo taxista: “Eran las diez con cuarenta piloteaba mi nave”. En algún momento Alicia preguntó por el pendejo que le había pagado el viaje y las chelas. Iba a decir “aquí estoy” pero no hubiera hecho ninguna diferencia. Algunos me miraron con compasión, como diciendo pobre güey. Fermín se rió de mí.

Me retiré a mi casa a tratar de olvidar que era miércoles y al día siguiente había que entrar muy temprano a las minas de sal. No supe más de Alicia, no le pude decir que si necesitaba ayuda en su proyecto de vida yo podía viajar con ella a Oaxaca ni le expliqué por qué no podía comprar un seguro para proteger a sus dependientes si se suicidaba. No supe más de Alicia hasta varios meses después cuando reencontré al poeta escribiendo en un bar.
Alicia primero había desaparecido. La habían buscado por todos lados y casi por accidente se enteraron de que su cuerpo apareció flotando entre las olas de una playa desierta en Guerrero.
—¿En Guerrero?
—En Guerrero —confirmó el poeta —la encontraron unos pescadores. Luego ya nos enteramos que también la habían reportado como desaparecida en Mazunte los dueños de la cabaña donde se hospedó.
El cuerpo había hecho el largo viaje costero hasta Guerrero. Había permanecido varias semanas en el servicio médico forense y debió ser un shock para los familiares que la tuvieron que ir a reclamar encontrarse con el cuerpo tan descompuesto después de tanto navegar. Una pena. Una verdadera pena.


Yo sólo sé que no se nada, ora que si insiste, pues échese un clavado y después no diga que no se le advirtió. Aquí no hay nadie que la vaya a sacar si la agarra una corriente o se estrella con las rocas. Mire, allá abajo se mató mi sobrino, y eso que era pescador, estaba fuerte y era buen nadador, imagínese, si él se mató... no señorita, aquí no se nada. Pero Alicia no hizo caso.

domingo, octubre 09, 2005

COSAS HORRIBLES

Despertar un domingo con la luz del sol en la cara, darse cuenta de que uno está enamorado y descubrir que la persona amada hace más de un año que se fue.

Breve ensayo sobre la pesera

Está ciudad se caracteriza por la omnipresencia de la fealdad. El otro día, encarrilado en ejercicios del ocio, inventé un método para medir la fealdad de una ciudad, es un poco ingenuo pero igual nos sirve para darnos idea. Consiste en salir a la ciudad, subirse al transporte público (para vivir el transporte público en esencia hay que subirse a un pesero o pesera —algunos las siguen llamando “combis” aunque ahora es raro ver una “combi”); ya a bordo de la unidad, ver el mundo que se despliega frente a nuestros ojos, leer los letreros, mirar a los conductores, la gente, el paisaje; que el objetivo final de este viaje sea la realización de alguna diligencia importante en el centro de la ciudad y tener que llegar a cierta hora ayuda mucho en este ejercicio observación (entiéndase como prestar atención a lo que experimenta cada sentido y tomar nota mental de ello); durante el trayecto uno debe decir la palabra fealdad cada vez que se le aparezca algo feo y belleza cada vez que se vea algo bello. Haga cada quien su experiencia, yo casi no dije belleza, la proporción fue algo así como 8 fealdades por 2 bellezas.
Uno de los inventos más curiosos que ha producido esta ciudad —o quizá la ciudad en general porque en películas he visto que otras ciudades tienen sus equivalentes— es la pesera. Yo nací en 1976 (aquí iba a poner un barroquismo del tipo “yo nací a inicios de la segunda mitad de los años setenta) y mis primeros recuerdos de la ciudad me hacen sospechar que la situación entonces no era tan caótica como lo es ahora. Con un pequeño esfuerzo puedo recordar tiempos en los que el transporte público subsidiado por el gobierno no era aún tan relegado de las calles. Había unos horribles transportes amarillos de la ruta cien que echaban humo y eran igual de incómodos y hacinados, pero tenían una red que cubría prácticamente toda la ciudad y como padecían vicios similares pero homogéneos (los choferes eran sindicalizados, tenían que usar uniforme pero tenían seguro social y eran empleados del gobierno con un sindicato, parecían todos iguales —y creo que en esencia lo eran) uno podía acostumbrarse y calcular los riesgos con un sesgo tolerable; paulatinamente estos camiones se fueron volviendo viejos dinosaurios que habían abierto y explorado las rutas de gran parte de la ciudad y lugares que entonces eran remotos. Por ejemplo, cuando se subía por el poniente hacia el Desierto de los Leones por Las Aguilas a bordo de un camión que dijera Axomiatla, cerca de Barranca del Muerto, había un largo trayecto despoblado, uno sentía que salía de la ciudad y se iba al campo. A mediados de los 90 esto había terminado. Y aquí no tienen la culpa las peseras, sino el gusto que tenemos los mexicanos por reproducirnos y aglomerarnos.
Estos dinosaurios de la ruta cien resistieron los embates de su deterioro hasta que algunos prácticamente se desintegraron en vía pública. Ya para entonces se nos había ocurrido que era la mejor idea del mundo permitir que cualquiera con suficiente cabeza para hacer un trámite de crédito pudiera ser un microempresario (microempresario viene del latín microbus del que también deriva microbio) del transporte de la ciudad. Mucha gente hizo su agosto aunque estoy seguro que los más beneficiados fueron los concesionarios que empezaron a producir y vender las combis y a comercializar las novedosísimas micros que tardaron poco en volverse lo que ahora son; el negocio era perfecto: construir cajas de lámina con motor, corrales motorizados con lo básico para que un ser humano pueda viajar sentado y torcido y llenar la ciudad sin piedad. Estos fabricantes estaban vendiendo a cada nuevo entusiasta del transporte a veces más de una unidad, hubo así familias que se llenaron de unidades y con esto le dieron trabajo a cada miembro masculino de la familia apenas cumpliera los dieciséis. Tengo el presentimiento de que todas estas familias dejaron de enviar a sus hijos a la escuela, “ya no va a tener que estudiar” decía el orgulloso padre, “tiene el futuro asegurado, cuando tenga edad que agarre la micro viejita”. Esto provocó una generación de analfabetos al volante que apenas cumplidos los dieciséis salieron a conquistar el asfalto a bordo de La viejita equipada con sonido cuadrafónico digital con surround y dolby stereo.
Quizá era una moda, yo tengo un tío que es prácticamente sordo y un poco retrasado que se compró una unidad en Ecatepéc. Me pregunto si el problema actual tendrá alguna solución. Lo veo lejano y sólo posible tras un proceso muy tortuoso por lo cual recomiendo mejor la resignación. Cada vez que uno se sienta vejado por la institución peseril debe pensar que ese denostado vehículo le está dando empleo a un tipo que si no estuviera al volante sería un delincuente o estaría ocupando, inútilmente, una aula universitaria. Debe pensar uno en el liberalismo, la libre empresa, la democracia. A veces los veo tan contentos mientras nos deleitan con su sonido Mahaui 3Z 600 que me puedo imaginar a un niño diciéndole a su mamá: “De grande quiero manejar una pesera”.

jueves, septiembre 01, 2005

Aeroplano (1)

Hay allá afuera un universo anaranjado,
nubes anaranjadas empañan el cielo,
fumo en el balcón un porrillo que me regalaron.
En el teclado apenas encuentro las letras.
Miro la brasa: anaranjado.

De dónde nos sale esa envidia por el medio día,
esta necesidad de ser escuchados de dónde,
y a dónde irá a parar todo este dolor agudo
como el saxofón de un buen jazz,
escucho a una banda que se llama Fyris Jazz Band.
Casi dan las nueve y no hay nada interesante qué decir acerca de este día
salvo que saludé a la rubia de los rizos
en el comedor.
Provecho, dije,
provecho, dijo ella y me regaló una sonrisa rápida,
es hermosa la rubia de los rizos
y yo detesto que la gente diga provecho
no entiendo a qué se refieren.
También pensé en la noche,
mientras me afeitaba ayudado de esa espuma de menthol
que te destapa las vías áereas,
donde vuelan los aviones de estos viajes,
pensé que hasta el dolor
se va cansando de doler,
que al final todo es cansancio...

Ayudado de un aerosol y un encendedor
voy a rostizar al mosquito merodeador
mientras vuela
y luego me voy a dormir.

miércoles, agosto 31, 2005

De Bukowski

Manual de combate
Dijeron que Céline era un nazi/ dijeron que Pound era un fascista/ dijeron que Hamsun era un nazi y un fascista./ pusieron a Dostoievsky frente a un pelotón de fusilamiento/ y mataron a Lorca /le dieron electroshocks a Hemingway (y tú sabes que se pegó un tiro)/ y echaron a Villon de la ciudad (París)/ y Mayakovsky /desilusionado con el régimen /y luego de una pelea de enamorados,/ bueno, también se pegó un tiro./ Chatterton se tomó veneno de ratas y funcionó./ y algunos dicen que Malcom Lowry/ se murió ahogado en su propio vómito borracho. /Crane se tiró a las hélices del barco o a los tiburones. /El sol de Harry Crosby era negro. /Berryman prefirió el puente. /Plath no encendió el horno. /Séneca se cortó las muñecas en la bañera (es la mejor manera: en agua tibia) /Thomas y Behan se emborracharon hasta morir/ y hay muchos más. /¿y vos querés ser un escritor?/ es esa clase de guerra: /la creación mata, /muchos se vuelven locos, /algunos pierden el rumbo y no lo pueden hacer nunca más. /algunos pocos llegan a viejo./ algunos pocos hacen plata. /algunos se mueren de hambre (como Vallejo). /es esa clase de guerra: /bajas por todas partes. /está bien, adelante hazlo/ pero cuando te ataquen por el lado que no ves/ no me vengas con remordimientos./ ahora me voy a fumar un cigarrillo en la bañera/ y luego me voy a ir a dormir.

martes, julio 26, 2005

fragmento

Cuando mi mujer me veía abatido solía decirme, ¿por qué no te suicidas? Decía que podíamos hacerlo parecer un accidente y así ella podría cobrar el seguro. Toda una vida de trabajo para que al final valgas más, para la gente que te rodea, muerto que vivo. Luego nos divorciamos y ella se quedó con Sofía, más bien Sofía se quiso quedar con ella y yo no hice nada por convencerla de lo contrario. Ahora Sofía tiene 24 años y hace más de tres meses que no sé de ella, tal vez pase un año o más sin verla, así es ella, tiene breves períodos de nostalgia y me recuerda, me llama entonces y desaparece.
Hoy me siento abatido y no tengo mujer a mi lado. El terrible momento de la vida cuando todo se inclina hacia el abandono. Yo sé que es terrible oír a un viejo quejarse. Pero qué más da, un viejo es por antonomasia un quejumbroso.
Allá al fondo, hacia delante, está el hoyo, y allá atrás el otro hoyo. La vida es un hoyo. Qué son los ojos sino hoyos, de un hoyo salimos al hoyo vamos, los hombres nos pasamos la vida buscando donde meter el hoyo de la punta de la verga en el hoyo de la mujer que según Freud es el de la madre, Freud veía la cochinada en todos lados. Las mujeres expulsan hoyos en el parto, una nueva vida es un nuevo hoyo que se va cavando.
Hoy sentí que moría. Fue en el supermercado. Como soy viejo y achacoso voy al supermercado a caminar, es un lugar seguro y uno va recargado cómodamente en el carrito que hace las veces de andadera. Deambulé por los pasillos. Traía en la cartera suficiente dinero para llenar toda la despensa y esa era mi intención; sentí pena de pensar en doña Jovita, la portera, que siempre que me ve llegar con el mandado se empeña en ayudarme a subir las bolsas y yo que a la mera hora no soy capaz de resistirme a sus exigencias, doña Jovita tendrá unos cincuenta años, pero ella cree que le llevo más de treinta años y así me trata. Es quizá su forma de sentirse lejos de la decrepitud, no sabe lo poco que le falta, Al final yo la dejo cargar, total son dos pisos, veintiocho escalones que algún día me mataran: esos pliegues asesinos de la Tierra. Pero hoy va a sudar, pensaba yo mientras revisaba sólo por curiosidad los juegos de sábanas y los almohadones de colores chillantes. Como odio a esos viejos rodeados de cosas nuevas; veía el departamento de blancos con mucha curiosidad. Al cabo de una hora de deambular el carrito estaba lleno. Luego de llenar una bolsa de teleras que suelo acompañar con crema alpura y azúcar mientras veo el box o algún programa gringo sobre animales, me encontré frente al carrito de tamales, como andaba en ayunas tome una de las muestras, era de chicharrón prensado, lo mastiqué poco y se me atoró en el gaznate, sentí venir la tos terrible y me llevé el trozo de tamal que quedaba entre mis dedos, un clavo empuja otro clavo, me dije. Los ojos llorosos, los puntitos voladores, los brazos adoloridos, la maniobra jamlich que el policía ejecutó sobre mi esternón para salvarme la vida. Es de lo más jodido deberle la vida a un policía. Hasta una ambulancia llegó. Me tomaron el pulso, los ojos, las orejas.
Luego de todo esto llegué a la caja y la cartera había desaparecido del bolsillo de mi saco.

Sofía tiene un hijo que según las convenciones es mi nieto; en realidad es una criatura detestable que no tiene nada mío y en cambio posee y ejecuta todo el autoritarismo de su madre que a su vez lo tomó de su madre. El engendro se pasea por el apartamento con toda libertad y si no fuera porque la ley lo prohíbe desde hace mucho, desde aquí del escritorio, le apuntaría con la treinta y ocho y probaría mi tino.

jueves, julio 21, 2005

Lo difícil es continuar haciendo como que no pasa nada
haciendo como que hay trabajo y largas horas por llenar
Lo difícil es levantar la mirada
ver el planisferio y medir:
el planisferio dice
que ocho centímetros nos separan,
que vale la pena escribirte porque el espacio es muy corto
y pase lo que pase volverás porque uno siempre vuelve
aunque sólo sea para ver las ruinas que el tiempo dejó
en los sitios que dejamos

Ayer cambié mis sábanas por unas sábanas nuevas
hice lo mismo con las almohadas
que en el fondo infinito de sus tejidos
guardan todavía tu pelo, tu saliva y tu aliento condensado
y aunque quiero pensar
e inventar agudas frases
no puedo más que decir que te extraño y
que me he vuelto un imbécil hasta para hablar conmigo mismo
Hay días como hoy en que tu enemigo se queda dormido
y lo cubre en vigilia este amante cursi que ya no quiere seguir despierto
pero padece de insomnio

¿Quién diablos es Rebecca Aguado?

Rebecca Aguado escribe un artículo dirigido a mujeres que quieren mejorar su vida sexual, lo acabo de leer y me pareció acertado aunque poco audaz. Tiene razón en eso que dice de que hacer el amor con la persona que quieres, que conoce tus manías y tus gustos es la mejor experiencia que la vida presenta. Además es un placer que está a la mano si se tiene a alguien y no como yo que a la mano sólo tengo mi mano. Como decía Pito Pérez, mi mano será mi viuda y creo que tras mi muerte estará bastante triste después de tantas cosas que hemos aprendido juntos.

lunes, junio 06, 2005

Dominguilla

Hoy no quiero beber agua sola
estoy harto del agua sola
aunque digan que es buena
que dos litros mínimo
al día
Qué mal se está
a veces en domingo
me patean a gritos
los comentaristas de fútbol
una lluvia gris, sin chiste
de un inusitado color asbesto
Hoy quería morir
pero no lo hice
Me encerré en un hotel
las cobijas hedían a sexo
a fluidos vaginales
muy fuerte
encendí la pipa
miré la avenida
el metro pasaba vacío en una dirección
lleno en la otra
Contraté a una puta
era fea pero tenía un cuerpo
hermoso, luminoso, joven
la fecha de caducidad sonreía aún lejana
invisible sobre el envase
oculta en lo improbable
No hablamos mucho
fornicamos en forma convencional y egoísta
ella hizo lindos esfuerzos
luego me limpió la verga
muy cuidadosa,
qué eres, preguntó,
un oficinista que soñó que no lo era,
dije
no me entendió
en algún lugar de su memoria
la experiencia le susurró que se fuera
la evidencia gritaba que por hoy
y por mí
sería todo
Se duchó
se vistió
se calzó
la boca del frasquito de perfume
le recorrió a besos
la piel morena
(la vi de perfil
deseé matarla
la tumbé de la cama
con un puñetazo que hubiera
dejado sordo a Myke Tyson,
soy tan fuerte,
atontada, quiso gritar desde
el piso
la asfixié con la almohada
la eché de nuevo sobre la cama
sintonicé el canal porno
la follé tres veces más
fumé mi pipa
miré la avenida
el metro
los autos
la acomodé como pude
en el excusado
pero no se fue
el trato era una hora,
dije
deslicé la llave en la recepción
y salí con las manos apretadas
en los bolsillos)
me abrazó al despedirse
se fue sin volver el rostro
por el pasillo amarillo
yo me quedé dormido
sin sueños.

Fragmento patético

Querida:
Recibí tu mensaje pero mi teléfono se encuentra desde hace días en bancarrota y no pude responderte. Ayer también tuve un día eterno, dormí bastante. Como oso sólo me levanté para comer. Pero bueno, ya pasó y hoy es lunes de nuevo. Me parece curioso cómo pasa ahora el tiempo, antes las semanas con sus días perdían todo sentido, vivía yo un domingo que no terminaba. He estado pensando seriamente en morir, en estos tiempos contemplo la idea del suicidio sin dramatismos, sin actos heróicos, sin avisos; detenerme, sólo eso quiero, acabar con esta vida y con este cuerpo tan fiel cargado de recuerdos, no, no es por dolor, no por cobardía, creo que sólo es un hastío hasta de los atardeceres. Es un vacío, una falta de interés. ¿Merezco que se me culpe? No me importa tampoco. En fin, seguramente seguiré por aquí, no me tomes muy en serio. Alguna vez te has fijado en lo extraño que resulta pensar en un mundo sin uno, sin estar ya en él. Cómo podría seguir el mundo sin mí. Creo que me puedes entender, creo que has sentido cosas similares, yo llevo pensando tanto tiempo en esto, refugiándome en ideas escapistas como un consuelo a mi alcance. ¿A quién sino a ti puedo hablarle de estas cosas? Tú no vendrás con sermones ni filosofías de optimismo. Es más, no comentemos el contenido de estacarta. Déjaselo al silencio. Hoy estoy muy triste y quisiera dormir. Tuyo,

miércoles, mayo 25, 2005


Estampa de Faro, Portugal Posted by Hello

Robots que paren y otros asuntos de oficina

Vocabulario
Opera Prima: aquella obra de ópera en la que aparece alguna de tus primas.




Ayer llegaron todos a mi casa: Todos... es decir los de siempre: el papá, el niño, el bebé con su mamá, el pariente. Por más que yo quiera evitar estas reuniones entre semana, hay una gran inercia tras nosotros, o se dice con nosotros, en nosotros; en alguna forma seguimos en la facultad, chupando los lunes hasta morir, en Copilco.
El despertador sonó puntual, como era de esperarse: las cinco y pinche cuarto. No me levanté, seguí dormitando hasta las pinche cinco y cuarenta. No quería, no tenía otro pretexto: no quisiera estar aquí hoy.
Porque ya estoy aquí; llegué tarde, a las ocho y quince. Venía en el transporte público con las gafas oscuras que ayer olvidó el niño, me las quité cuando me di cuenta de lo mamarracho que me veía: otro más pudriéndose en la monótona soledad de este campo yerto; no hay forma de decirlo.
Escribo, escribo siempre que encuentro un pequeño hueco, un momento de privacidad o de escasez de trabajo, a veces un poco antes de que todos lleguen. No va hacia ningún lugar, no avanzo, no retrocedo, no muero pero tampoco estoy vivo: muerte vital o vida moribunda. No, tampoco es tan grave, tampoco voy a seguir lloriqueando. Sería peor ser uno los tipos que hablan en el escritorio a mis espaldas: Liz y Berenice y el resto de la palomilla que no sé cómo se llama. Ni siquiera pueden imaginarse que aquí, oculto tras mi teclear, las escribo, las lanzo en el tiempo, hacia el tiempo anónimo, imparable: ese mar. Me burlo de sus certezas, de sus fiestas, de sus emociones, como si las mías fuesen mejores. Dice Bere, la de las nalgas bonitas: "lo bueno es que ya conseguí boletos para el Bacardí lounge" (así lo dijo, en cursivas) y también "lo bueno es que anoche chupé gratis", bueno, eso sí que es una ventaja, "ayer me llamó Valter". Pero está bien, se lo perdono, le perdono su estupidez galopante, abrumadora (le perdono que me coqueteé fingiendo que me ignora, que me trate de seducir tras una máscara de indiferencia), sólo por hoy y sólo por tener unas nalgas tan bonitas le perdono todo. Tiene ventajas, yo no tengo un par de esas que disculpe mi estupidez. En teniéndolas ni de mi casa saldría.
Así, todo soñoliento, en ese estado de vegetal meditación que da el dormir poco, caminé rumbo a la oficina. Escarbaba con la punta de mi lengua el agujero que me abrieron en una muela para sacar el nervio, hoy está descubierto y pienso que soy un irresponsable por arriesgar mis piezas dentales así, el caso es que la punta de mi lengua (esto es asqueroso) encuentra de repente un pedazo de tortilla y me lo trago.
Mi jefa no dijo nada, no señaló mi retardo. ¿Qué me pasó? Se me durmió e lgallo (debí decir “se durmió mi gallo”), contesto. Es horrible, dice ella, como identificándose con mi situación. Al llegar a mi piso y a mi sección noté que había poca gente, creo que muchos de los compañeros tuvieron "evento", así le dicen y no estoy muy seguro en qué consista, algo en lo que se puede beber de a grapa. En la cafetería (entiendasé pieza diminuta con dos barras adosadas a la pared, un lavabo y máquinas que despachan agua, café y chatarras) saludo al robot que prepara café, ¿café? Es una máquina parecida a un despachador automático de refrescos. Aprietas un par de botones (E34), pip, pip, cae un vaso y comienza un concierto de mecanismos y fluidos: tzzz, flush, flush, tzzzzz, clic, clac, se abre la compuerta y tomo mi café de las entrañas de la máquina que de pronto se me figura un marsupial. Para sacar el vasito de café hay que meter la mano en una especie de nicho húmedo y pegajoso (debe parecerse a un parto, pare el robot un vasito de café sintético), salpicado con los restos de otras tazas de café, siempre se embarran un poco las manos.
"Se despierta y piensa en mí" dice Bere, es tan encantadora cuando es así de tonta, todos lo somos, no trato de ser peyorativo. Ya me dijo alguna que me gustan las tontas. Bebo mi café con la esperanza de verme pronto como el tipo del anuncio del parabús: sonriente, saludable, vivaracho: el letrero dice,"ríete de la desvelada de anoche, toma nescafé". Aún faltan seis horas, sonrío.

lunes, mayo 23, 2005

Deshechos de oficina

Hace tiempo que no voy al cine. Será que me he cansado de ir solo o será que me he cansado del cine en general, de la vida en general, de varias cosas que antes disfrutaba, en general. Estoy llorando el ser que vivo. Pinche vieja cómo te extraño, si tan solo tuvieras una idea aproximada de tantas horas que te he recordado sin esperanza, como recuerda un náufrago la nave que lo perdió, allá en el fondo silencioso de nuestras playas. ¿Por cierto, qué has hecho de nuestras playas? Hoy promete ser otro día gris, tal vez un poco de lluvia hoy más tarde nos refresque; no pienso más que en dormir una siesta larga y si pudiera yo dormir una siesta larga muy larga y no despertar más, también la dormiría. Casi todos mis afectos están muertos, la vida insípida y tener que seguir, sin fe, sin creencias, como un autómata. Odio, mujer, tu nombre. Estás en todos lados, en cada frase, pero ya no estás conmigo y tengo miedo de que vuelvas con armas nuevas a este sitio que siempre termina abriéndote las puertas, dejar caer el puente, recibirte con fiestas y al mismo tiempo, oh, torpes paradojas, tu regreso a veces se parece tanto a una última esperanza, a un deseo póstumo.

Aforismos de Nietzsche

A veces basta con unos lentes de más alta gradación para curar al enamorado; y el que tuviera bastante imaginación para representarse un rostro,un talle, con veinte años más, andaría muy exento de inquietudes por la Vida.

Los hombres han hablado del amor con tal énfasis y adoración, en resumidas cuentas, porque nunca han encontrado mucho y no pudieron saciarse de este alimento; así es cómo terminó por ser para ellos "un alimento divino". Si un poeta quisiese mostrar la imagen realizada de la utopía del amor universal de los hombres tendría que describir un estado atroz y ridículo del que no se vio jamás ejemplo en la tierra; todos estaríamos mortificados, importunados y deseosos, no por un solo amante, como sucede ahora, sino por miles, y aun por todo el mundo, gracias a una tendencia irresistible que acabaría por maldecirse corno se ha maldecido al egoísmo. Y los poetas de este nuevo estado, si se les dejase tiempo paracomponer sus obras, soñarían con el pasado venturoso y sin amor, con el divino egoísmo, con la soledad que en otro tiempo era posible sobre la tierra, con la tranquilidad, con el estado de antipatía, de odio, de menosprecio y cualesquiera que sean los nombres que se quiera dar a la infamia de la querida animalidad en que vivimos.

Deshechos de oficina

Las tres últimas horas, esas son las más lentas, las que se vuelven una melcocha que no termina de resbalar. Ahora se pone peor la cosa porque me han quitado el acceso a internet, después de que mi jefa se enteró de que me lo habían dejado habilitado por accidente, me quitaron el pequeño placer de escuchar la radio. No me vaya yo a distraer. En fin, no hay que quejarse demasiado. La vida no se ha portado tan mal últimamente y, para ser honesto, la vida en general ha sido muy buena conmigo a no ser por algunas ingratitudes y malas pasadas de algunas personas que ni siquiera alcanzan a ser multitud. No, definitivamente no hay un complot en mi contra.
Pienso en ella, mucho, a veces todavía la sueño. Ayer por la noche la soñé. Obviamente ya no lo recuerdo muy bien pero sucedía algo así como una escena de celos, en esas en las que nos llegamos a especializar, ella me contaba anoche en el sueño todos los lugares que había conocido con el gringo que fue su amante o su novio o su palo o lo que sea que el gringo haya significado o signifique en su vida. A veces pienso en qué sería estar de nuevo con ella. A veces lo deseo bastante. Pero si no es así, si el amor no nos llega de nuevo, tampoco pasa nada, el universo sigue, ni siquiera se entera: seguirá el universo aquí con su eterna indiferencia cuando yo no esté y si no tampoco me voy a enterar; morir es también despertar de este sueño real. El universo unívoco, total, unitario no es más que la suma del infinito número de universos individuales de todos los seres que lo pueblan. Hasta en las leyes que gobiernan el andar de las partículas elementales hay un poco de alma consciente, un poco de voluntad creadora.

lunes, mayo 16, 2005


De hierro colado en SoHo, NY Posted by Hello

domingo, mayo 15, 2005

Cuartillas en serie, 1

Había unas repisas de cristal junto a la mesa del comedor. Levantó la cajita y leyó descuidadamente la inscripción lateral: “La administración de este medicamento simultáneamente con bebidas alcohólicas puede resultar letal. Bajo ninguna circunstancia se deberá consumir alcohol durante el tratamiento. En caso de ingestión accidental induzca el vómito y póngase en contacto con los servicios de emergencia. Tenga esta información a la mano”. Nunca había sabido de un medicamento con esa advertencia. Colocó la cajita en la repisa polvorienta sobre el rectángulo que se había marcado durante meses de días polvosos; exactamente a lado de la botella de whisky aún sin abrir.

Recordó alguna cosa de hacía muchos años. Tal vez aquella vez cuando pasó dos días hospitalizado por combinar imprudencialmente un desparasitante con cerveza de barril. Tenía 15 años y pocos asideros. En ese momento sintió un escalofrío, sintió que hacía demasiado tiempo que estaba viviendo horas extras. Solemos durar más de lo que esperamos, más de lo que deberíamos, y a veces vivimos más años que nuestras ilusiones, que nuestras hipotéticas felicidades.
Volvió los ojos a la botella, rasgó con el dedo índice la capa de polvo. Entraba la luz de la tarde por la ventana del apartamento, algún bullicio de voces y ambulancia, un suave ardor de fosas nasales. Todavía olía un poco a comida, a tortillas calentadas en la flama.
Se sentía cansado, revelación y sorpresa. Sintió sus recuerdos como un gran peso a cuestas. Recientemente un sueño le había entibiado un recuerdo que si bien no estaba del todo olvidado, sí muy ignorado. Tenía 19 años, estaba delgado, en destellos se veía un buen futuro como arquitecto. Estaba con Gabriela.
—¿Recuerdas a Gabriela? —se preguntaría a sí mismo en la mañana.
La verdad es que sí la recordaba. Sabía que era hermosa, de cabello rojizo, tez blanca y pecas en el rostro. Él se había enamorado de ella instantáneamente. En el sueño ella traía puestos unos jeans ajustados como los que traía el día que la conoció, una blusa roja de tela delgada y vaporosa. Tenía hoyuelos en las mejillas durante las sonrisas tímidas que sólo dejaba escapar cuando se sentía en confianza. Él la había hecho sentir en confianza. En el sueño se besaban despacio, reconociéndose. Despertó triste. Impotente al no poder recuperar fuera del sueño, en este terreno inexplorado llamado realidad, aquel momento. Supo entonces lo mucho que había amado a Gabriela Rustrián y se sintió estúpido y miserable por haberla perdido para siempre.
En el comedor el paisaje era aterrador. Al esposo le habían volado los sesos disparándole por atrás; trocitos de cerebro y cráneo salpicaban las paredes, el piso y el mantel de plástico; el rostro ya sin rostro había quedado sumergido en una crema amarillenta con granos de elote. La mujer había sido violada sobre la mesa, y, quizá, cuando el violador hubo consumado el acto, le había disparado por la nuca, la bala hizo estallar la frente. La superposición de la sangre y el acomodo final de los cuerpos, parecía indicar que los tres niños fueron obligados a presenciar la violación y los homicidios antes de ser degollados y desangrados hasta morir.

De Roque Dalton

NO, NO SIEMPRE FUI TAN FEO

Lo que pasa es que tengo una fractura en la nariz
que me causó el tico Lizano con un ladrillo
porque yo decía que evidentemente era penalti
y él que no y que no y que no
nunca en mi vida le volveré a dar la espalda a un futbolista tico
el padre Achaerandio por poco se muere del susto
ya que al final había más sangre que en un altar azteca
y luego fue Quique Soler que me dio en el ojo derecho
la pedrada más exacta que cabe imaginarse
claro que se trataba de reproducir la toma de Okinawa
pero a mí me tocó ruptura de la retina
un mes de inmovilización absoluta (a los once años!)
visita al doctor Quevedo en Guatemala y al doctor
Bidford que usaba una peluca colorada
por eso es que en ocasiones bizqueo
y que al salir del cine parezco un drogadicto desvelado
la otra razón fue un botellazo de ron
que me lanzó el marido de María Elena
en realidad yo no tenía ninguna mala intención
pero cada marido es un mundo
y si pensamos que él creía que yo era un diplomático argentino
hay que dar gracias a Dios
la otra vez fue en Praga nunca se supo
me patearon cuatro delincuentes en un callejón oscuro
a dos cuadras del Ministerio de Defensa
a cuatro cuadras de las oficinas de la Seguridad
era víspera de la apertura del Congreso del Partido
por lo que alguien dijo que era una demostración contra el Congreso
(en el Hospital me encontré con otros dos delegados
que habían salido de sus respectivos asaltos
con más huesos que nunca)
otro opinó que fue un asunto de la CIA para cobrarse mi escapatoria de la cárcel
otros más que una muestra de racismo anti-latinoamericano
y algunos que simplemente las universales ganas de robar
el camarada Sóbelev vino a preguntarme
si no era que yo le había tocado el culo a alguna señora acompañada
antes de protestar en el Ministerio del Interior
en nombre del Partido Soviético
finalmente no apareció ninguna pista
y hay que dar gracias a Dios nuevamente
por haber continuado como ofendido hasta el final
en una investigación en la tierra de Kafka
en todo caso (y para lo que me interesa sustentar aquí)
los resultados fueron
doble fractura del maxilar inferior
conmoción cerebral grave
un mes y medio de hospital y
dos meses más engullendo licuado hasta los bistecs
y la última vez fue en Cuba
fue cuando bajaba una ladera bajo la lluvia
con un hierro M-52 entre manos
en una esas salió de no sé dónde un toro
yo me enredé las canillas en la maleza y comencé a caer
el toro pasó de largo pero como era un gran huevón
no quiso volver para ensartarme
pero de todos modos no fue necesario porque
como les iba contando yo caí encima del hierro
que no supo hacer otra cosa que rebotar como una revolución en África
y me partió en tres pedazos el arco cigomático
(muy importante para la resolución estética de los pómulos)
Eso explica por lo menos parte de mi problema.

jueves, mayo 12, 2005

A veces el vacío

—Éste es el día de los días —dijo ella, cuando me
acerqué—: un día entre todos los días para vivir o morir. Es
un día hermoso para los hijos de la tierra y de la vida, ¡ah, y
más hermoso para las hijas del cielo y de la muerte!

Edgar Allan Poe


¿Hay cosas peores que la impotencia ante la pérdida de un ser querido? Hace unos días hojeaba, ojeaba también sirve, los títulos en una librería. Me detuve en uno que decía la separación de los amantes; en alguna parte el autor o autora, no recuerdo, decía que las rupturas amorosas constituyen uno de los dolores más intensos a los que se puede exponer un ser humano. Pero en estos días ya no tengo ni el sentimiento como llaga viva ni el ánimo creativo para hablar acerca de mis miserias amorosas. Si pudiera yo cambiar lo que ya pasó, ese sueño humano de siempre, el hubiera, si las naves no se hubieran hundido después de que les prendiste fuego, si el puente no estuviera allá en el fondo del río, si, si, si.
Estoy un poco aturdido y no puedo escribir... sí, ya sé que eso se notó desde allá arriba. Como casi siempre el epígrafe me queda grande. Esta confusión, estos nervios alterados por andar leyendo cosas que no debo de leer me durarán varios días, hasta que logré convencerme de nuevo de que el amor nunca es suficiente, nunca será lo que necesitas y de que mejor hubiera sido morir que haberte conocido.

miércoles, mayo 11, 2005

Vida de oficina

Trabajar. Así que de esto se trataba. Todas las mañanas me despierto a las 5:15 de la mañana, aún de noche; me baño, me visto, combino la corbata con la camisa y el saco, hago el nudo cuidadosamente y casi siempre salgo sin desayunar. Por lo general soy el primero en mi área, de hecho siempre soy el primero en llegar, a veces están limpiando los baños. Conozco a poca gente y sólo le hablo a Karla porque entré a trabajar aquí con ella, a Paco porque está a mi izquierda y me está enseñando y a Mary porque es mi jefa y la aprecio mucho. Ayer la chica del cubículo de enfrente, la de las nalgas bonitas, me sonrió, apenas, con un poco de timidez y casi sorprendida ella misma como si la sonrisa se le hubiese trepado a fuerza en el rostro: la traigo muerta.
Por lo general no tengo mucho qué hacer y la dificultad reside en que no se note mucho, en parecer siempre ocupado. Salir de la oficina no representa para mí un alivio, la verdad es que allá afuera la vida se ha vuelto un poco aburrida, muy aburrida para ser justos. Mis amigos han ido desapareciendo.
Desde aquí parece que seguiré solo, que seguiré extrañándote, que tu vida seguirá su curso y la mía seguira creyendo que se fue contigo y te le escapaste, es complicado acostumbrarse a vivir sin ti, sin tu aliento, sin tu sueño profundo de la mañana, sin tu sexo, sin sexo para ser exactos, en fin, es lo que hay diría Olivia y siempre podría ser peor, como en la pesadilla de anoche. Me desperté lleno de miedo a la una de la madrugada, había soñado que era perseguido por un crímen que yo no había cometido, un homicidio. Desperté porque dentro del sueño quise despertar y ahora que lo pienso despertar de un sueño por voluntad propia es una de las pruebas más claras de la realidad del sueño, sé que no puedo explicar ahora esta idea pero sé que es buena, la realidad como un sueño del que no podemos despertar (leer La noche boca arriba de Cortázar). Abrí un poco la ventana y fumé un cigarro. Sentí el alivio de mi vida aburrida, de mis nuevas rutinas y supe que no todo era tan malo, por un momento en la madrugada tuve la desmañanada creencia de que había esperanza. Dime, ¿hay esperanza?
Te quiere mucho mucho,
G.

domingo, abril 24, 2005

Más de Fernando Pessoa

Aplazamiento

Después de mañana, sí, sólo después de mañana...
Llevaré el día de mañana pensando en después de mañana,
Y sí será posible; pero hoy no...
No, hoy nada; hoy no puedo.
La persistencia confusa de mi subjetividad objetiva,
El sueño de mi vida real, intercalado,
El cansancio anticipado e infinito,
Un cansancio de mundos para tomar un tranvía...
Esta especie de alma...
Sólo después de mañana...
Hoy quiero prepararme,
Quiero prepararme para pensar mañana en el día siguiente...
Es él que es decisivo.
Tengo ya el plano trazado; pero no, hoy no dibujo planos...
Mañana es el día de los planos.
Mañana me sentaré en el escritorio para conquistar el mundo;
Pero sólo conquistaré el mundo después de mañana...
Tengo ganas de llorar,
De repente tengo ganas de llorar mucho, desde dentro...

No, no quieran saber nada más, es secreto, no lo digo.
Sólo después de mañana...
Cuando era niño, el circo del domingo me divertía por toda la semana.
Hoy sólo me divierte el circo del domingo de toda la semana de mi infancia...
Después de mañana seré otro,
Mi vida ha de triunfar,
Todas mis cualidades reales de inteligente, leído y práctico
Serán convocadas por un edicto...
Pero por un edicto de mañana...
Hoy quiero dormir, redactaré mañana...
Por hoy, ¿cuál es el espectáculo que me repetiría la infancia?
Para comprar incluso los boletos de mañana,
Pues para pasado mañana estará bien el espectáculo...
Antes, no...
Pasado mañana tendré la pose pública que mañana estudiaré.
Pasado mañana seré finalmente el que hoy no puedo nunca ser.
Sólo después de mañana...
Tengo sueño como el frío de un perro vagabundo.
Tengo mucho sueño.
Mañana te diré las palabras, o pasado mañana...
Sí, tal vez sólo después de pasado mañana...


El porvenir...
Sí, el porvenir...

Álvaro de Campos

Lisboa desde el castillo Posted by Hello

Orilla del Tajo, Lisboa Posted by Hello

De Pessoa

Lisboa Revisitada

NO: NO quiero nada.
Ya dije que no quiero nada.

¡No me vengan con conclusiones!
La única conclusión es morir.

¡No me vengan con estéticas!
¡No me hablen de moral!
¡Aparten de aquí la metafísica!
No me pregonen sistemas completos, no me alineen conquistas
De las ciencias (¡de las ciencias, Dios mío, de las ciencias!)—
¡De las ciencias, de las artes, de la civilización moderna!

¿Qué mal hice a todos los dioses?

¡Si poseen la verdad, guárdensela!

Soy un técnico, pero tengo técnica sólo dentro de la técnica.
Fuera de eso soy loco, con todo el derecho a serlo.
Con todo el derecho a serlo, ¿oyeron?

¿Me querían casado, fútil, cotidiano y tributable?
¿Me querían lo contrario de esto, lo contrario de cualquier cosa?
Si yo fuese otra persona les daría a todos gusto.
¡Así como soy, tengan paciencia!
¡Váyanse al diablo sin mí,
O déjenme que me vaya al diablo solo!
¿Para qué hemos de ir juntos?
¡No me toquen en el brazo!
No me gusta que me toquen en el brazo. Quiero estar solo,
¡Ya dije que soy un solitario!
¡Ah, que fastidio querer que sea de la compañía!

Oh cielo azul —el mismo de mi infancia—,
¡Eterna verdad vacía y perfecta!
¡Oh suave Tajo ancestral y mudo,
Pequeña verdad donde el cielo se refleja!
¡Oh amargura revisitada, Lisboa de antaño de hoy!
¡Nada me das, nada me quitas, nada eres que yo me sienta!

¡Déjenme en Paz! No tardo, yo nunca tardo...
¡Y mientras tarda el Abismo y el Silencio quiero estar solo!

Álvaro de Campos