martes, noviembre 29, 2005

De Eduardo Galeano

En un libro de Eduardo Galeano me encontré el siguiente texto que quiero dedicar a las amadas personas que en algún lugar de Galicia, de vez en vez, me recuerdan.

El río del Olvido

La primera vez que fui a Galicia, mis amigos me llevaron al río del Olvido. Mis amigos me dijeron que los legionarios romanos,en los antiguos tiempos imperiales,habían querido invadir estas tierras, pero de aquí no habían pasado: paralizados por el pánico, se habían detenido a la orilla de este río. Y no lo habían atravesado nunca, porque quien cruza el río del Olvido llega a la otra orilla sin saber quién es ni de dónde viene.
Yo estaba empezando mi exilio en Espańa, y pensé: si bastan las aguas de un río para borrar la memoria. ¿Qué pasará conmigo, resto de naufragio, que atravesé toda una mar?
Pero yo había estado recorriendo los pueblecitos de Pontevedra y Orense, y había descubierto tabernas y cafés que se llamaban Uruguay o Venezuela o Mi Buenos Aires Querído y cantinas que ofrecían parrilladas o arepas, y por todas partes había banderines de Peńarol y Nacional y Boca juniors, y todo eso era de los gallegos que
habían regresado de América y sentían, ahora, la nostalgia al revés. Ellos se habían marchado de sus aldeas, exillados como yo, aunque los hubiera corrido la economía y no la policía, y al cabo de muchos ańos estaban de vuelta en su tierra de origen, y nunca habían olvidado nada. Ni al irse, ni al estar, ni al volver: nunca habían
olvidado nada. Y ahora tenían dos memorias y tenían dos patrias.

sábado, noviembre 26, 2005

La plancha

No importa lo bonita, moderna, multifuncional que sea la plancha, siempre será fea.

Necesidades básicas

para Sophie, obviamente.



Necesito mucha calma para pensar,
y la mar cerca para contemplar
esa eternidad a nuestro alcance.
Tiempo para soñar
y cerca de casa un café con mesas al aire libre
para despertar.
Necesito la sobriedad de tu piel
y tu aliento cerca,
tus ojos verdes y el sol reflejado en tus rizos:
tu voz, tus notas pegadas en la nevera,
la certeza de verte llegar.
Necesito estar contigo para enfrentar
la inútil pereza de lo cotidiano,
la lentitud de las horas con sus días y sus años.
Necesito un par de amigos borrachos
pero con un perro basta.
Necesito una libreta nueva
para darle un carpetazo a todo el pasado,
para no revolverle más las hojas
a ese ente inasible que se nos junta en los ojos,
a eso que juntos ya no somos a pesar de serlo.

sábado, noviembre 12, 2005

fragmento

—No es buena idea viajar con el corazón roto —dijo él y dejó caer la ceniza del cigarrillo en la taza vacía.
Ella respondió que los pacientes con verdaderos males cardiacos lo primero que debían dejar de hacer eran cosas como fumar y beber, y al decirlo abanicaba con la mano el humo suspendido sobre la mesa. Él entonces se clavó dilucidando el sentido metafórico confrontado con el literal de la palabra “corazón”. Y además que “cardiaco” y “del corazón” son cosas distintas pegadas con la palabra mal. Algo por el estilo. Siempre caía en esos juegos lingüísticos enredosos, enredados como un caldo de lombrices, siempre que se sentía acorralado y quería retomar el control de la partida.
Y luego, para complacerla, para recordarle aquella época casi olvidada por ambos en la que él le escribía un correo electrónico cada día. Improvisó un verso estúpido en el que hacia ripiar la palabra corazón con desazón. Luego se fue quedando callado, fueron dejándose callar, como se dejan caer los que se dejan caer, por un silencio espeso y espacioso que surcó la cafetería.
Ella cambió el tema y se fue por las ramas, como una hembra chimpancé huyendo del macho directo y erecto: que si la mesera, la clínica, la renta, la enfermera, la cena de año nuevo que acababa de pasar en compañía de sus padres y hermanas que habían hecho el largo viaje desde Francia una hermana y desde México el resto. La futura flamante ginecóloga —él piensa que le hubiera gustado ser el ginecólogo de ella— con flamante consultorio en Santa Fe, un marido a la medida, un buen lacayo y buenos autos.
—Tienes manos de ginecólogo —dijo ella tomándole una y acariciándole. —Pequeñas, regordetas y suavecitas.
Él miraba como si en la ceniza allá en el fondo de la taza vacía pudiera leerse una explicación que explicase el vacío acá en el fondo de su alma: esa cosa que somos sin serla y sin verla y con la que la psicología y las religiones del mundo nos engañan. Y de pronto en su mente visualizó la palabra fisting y dejó en paz las cenizas allá en el fondo de la taza vacía.
Él sabía que por mucho que ahora se esforzase no sería capaz de tejer líneas como aquellas que ella día a día esperaba y recibía, día a día en su buzón, como píldoras; pero esa otra época, en el mismo instante en que ella hablaba y el fingía que escuchaba, se moría.

—Usted es doctora. Cúreme.
—Te quise mucho —se defendió ella, tratando de ocultar la sorpresa que sentía ante el rostro que en esas palabras se transformaba sólo en un rostro sin palabras, pero un rostro suplicante, inútilmente suplicante.
—Eso no me sirve.
—Señor, esas lesiones yo no se las puedo curar.
—Sí que puedes, pero ya no te gusto, te parece ahora que sólo soy un calvo con ocho muelas podridas y un triste futuro editorial —dijo pero se interrumpió como para conservar las formas.
—No seas patético. No digas eso, bien sabes que conmigo no funcionan tus trucos de Jedi. Y sí que me gustas, tío. Mucho.
—Estás más gorda pero te sienta bien, te ves más buena.
—Ya me lo habían dicho —dice ella salpicándole agua con un popote —Yo nunca hubiera pensado que algún día fueras flaco, te sienta bien pero te estás arrugando. ¿No habrás cogido un sida en tus andanzas autodestructivas?
—De todos modos —dice él como si nada, pero sus nudillos bajo la mesa dan tres golpecillos apenas audibles que ella siente porque tiene los codos apoyados —no importa. En realidad no vine a verte, vine a conocer España, a comprobar que existe y que no es un invento que forma a su vez parte de un complot para engañarnos y así mantenernos trabajando, porque estamos siempre pensando que algún día tendremos dinero para irnos a Europa.
—Dices eso porque te estás enamorando, como siempre. Eres tan previsible, tan transparente para mí, tan devoto… ni siquiera eres una presa interesante, eres como un huérfano, tan frágil que se antoja jugar un poco contigo; ensayar la crueldad. Todos somos crueles, todos nos odiamos a todos.
—Ya lo sabía.
—Sí, ya sé que lo sabías.

Esa duración pertinaz

… pero los nombres, los verdaderos fantasmas que son los nombres, esa duración pertinaz.
Julio Cortázar

La miseria nos acecha con sus dientes afilados por doquier; la miseria omnisciente, omnipresente. Huye de la miseria como del árbol triste bajo la tormenta.
Los seres que tanto amamos se vuelven recuerdos extraños, deformes, decapitados y al final, casi siempre, recuerdos sin adjetivos. El nombre se vuelve a veces una rata muerta que uno encuentra al abrir un cajón. ¿Cómo eran esos ojos? Un tabique nasal, a veces un gesto, pero eso, el tabique nasal afilado y los ojos un poco entre sombras, una mirada de celosía, que veía sin dejarse ver; tus ojos mecidos sobre las ojeras, sobre las tortugas que se instalan bajo los insomnios, los ojos. Sobre todo eso, siempre los ojos y a veces también el sexo, casi siempre el sexo.

Danse Russe

De William Carlos Williams

Si cuando mi esposa está durmiendo
y el bebé y Kathleen
están durmiendo
y el sol es un flamígero disco blanco
entre sedosas brumas
sobre árboles luminosos, —
si yo en mi cuarto del norte
bailo desnudo, grotescamente
ante mi espejo
sacudiendo mi camisa alrededor de mi cabeza
y cantando suavemente para mí: "Estoy solo, solo,
nací para estar solo,
¡estoy mejor así!"
Si contemplo mis brazos, mi cara,
mis hombros, flancos, nalgas
contra las sombras amarillas derretidas,—

¿Quién podría decir que no soy
el feliz genio de mi hogar?

Danse Russe

by William Carlos Williams


If when my wife is sleeping
and the baby and Kathleen
are sleeping
and the sun is a flame-white disc
in silken mists
above shining trees,-
if I in my north room
dance naked, grotesquely
before my mirror
waving my shirt round my head
and singing softly to myself:
"I am lonely, lonely,
I was born to be lonely,
I am best so!"
If I admire my arms, my face,
my shoulders, flanks, buttocks
against the yellow drawn shades,-

Who shall say I am not
the happy genius of my household?




*Tomado de: http://www.poets.org/viewmedia.php/prmMID/15539

LA PALABRA CANTA Nota sobre la traducción de William Carlos Williams

Extraje del librero un libro: Antología de la poesía norteamericana preparada por Agustí Bartra y publicada por la UNAM en 1988. Quería transcribir algún verso para enviárselo a Sophie y me encontré con un poema de William Carlos Williams intitulado “Love Song” que hallaréis posteado en este sitio muy pronto. Ya he publicado aquí una traducción de Bukowski o acaso dos, no lo recuerdo. He redescubierto a William Carlos y me he dado a la tarea de traducir algunos de sus textos buscando hallar en dicha actividad el equilibrio perfecto entre libertad y respeto por las voces originales que habitan los poemas y que no hay forma de traducir. Sobre este tema hay amplia bibliografía, que supongo es un debate entre la translación, la traición y la interpretación. No me interesa eso por ahora. Ahora lo que me interesa es presentar algunas traducciones de William y dejarlas libres por la red. En aquellos casos en los que la traducción no sea mía, el lector encontrará al final de cada uno el crédito correspondiente así como la fuente cuando se citen fuentes originales.