lunes, enero 26, 2009

Homeless

Dejamos por fin el departamento de Cancún que nos rentaba la señora Farber. Estábamos hartos de ella y un poco también de los bichos que bajaban de los huecos de los focos y hacían fiestas pegados del tirol mientras dormíamos, estábamos hartos de las hormigas en el colchón, de la regadera que se encharcaba, de los gritos de la anciana madre de la anciana señora Farber y sobre todo estábamos hasta la madre de la renta desproporcionada que pagábamos cada mes. Lo dejamos, por fin y hoy estoy agotado. Uno no sabe toda la basura que acumula hasta que se tiene que cambiar de casa, casi nada de lo que tenemos sirve, casi nada es indispensable para el homo sapiens-nómada-recolector-cazador que por cierto ya no somos, quién sabe qué carajo somos (¿Pequeños simios habilidosos con mucho miedo a casi todo?). Hablando de eso, la mudanza me hizo preguntarme si nuestro abuelo pitecantropo pasaba visicitudes (¿se escribirá así?) similares a la hora de encontrar una buena cueva para vivir, comer, reproducirse, etc. Pero yo de prehistoria y de historia no sé casi nada. Ahora vivimos temporalmente de arrimados (literalmente) en un cuarto que nos prestó nuestro buen amigo Edgar, un gran amigo en medio de la selva, medio hippie, medio socialista, muy compartido y alivianado... liviano. La casa nueva que esperamos poder habitar dentro de unos días aún no la entregan. Mientras tanto somos homeless y nos cuidamos para no apestar al tercer día.