viernes, octubre 03, 2008

De como escribiendo demuestra uno lo que ignora

Una de las cosas más extrañas de vivir en esta ciudad es pensar que cuando yo nací esto no existía. Las calles que piso son más jóvenes que yo; los árboles más viejos, pocos donde los hay, son los sobrevivientes de un tiempo de selva, un tiempo ya muerto sin gente con chanclas, trajes de baño y niños con cubetas y palas de plástico. Cuenta mi mamá que ella y papá vinieron de vacaciones cuando yo era apenas la sorpresa creciente en su vientre, después de que un par de semanas antes un médico que no sabía lo que decía les había dicho que no podrían tener hijos. No había más que un par de hoteles en la playa, dice mamá, a Xel-há podías entrar así nomás, libremente, sin taquillas sin lujos sin carreteras de cuatro carriles, dice papá. Luego llegó la hecatombe que imagino así: estaban un día tres genios, un genio de la mercadotecnia, un genio de la economía y un genio de la política, tomando cervezas y cacahuates en un tugurio de Florida y tras un mal chiste coincidieron en que éste era el lugar propicio para desarrollar el capítulo dos de Miami, o algo así. Por decreto se decidió explotar este paraíso, que es tanto como decir que se le condenó a morir por sobredosis de concreto. En la caricatura del pájaro loco había una secuencia recurrente que ilustraba el proceso de fabricación de los palillos: un tronco entraba en una gran máquina y del otro lado salía un palillo, pienso que esa es la gran imagen que ilustra lo que sucede en el mundo: la transformación de lo fastuoso, de lo bello y sublime, en escarba-dientes y papel de baño con olorcito y aloe vera. De un lado entra una selva tropical, del otro salen cuartos de hotel con aire acondicionado y muchos dólares. Aloe vera para el culo.
Todo está interconectado, todos tenemos nuestra parte de culpa en el desequilibrio. Esencialmente hay dos posturas frente al desastre: una es tratar de luchar contra él, corrigiendo o intentando corregir lo que estuvo mal siempre y la otra, mi favorita muchas veces, es dejar de luchar y apresurar la caída. Como decía el poeta catalán de apellido Fonollosa, más valdría destruir el mundo y no crear otro.
Invento este espacio para quejarme, para no hacer nada y hacer como que hago algo, paso de incógnito entre mis desconocidos semejantes. Aquí en el café pongo cara de pensar algo, de estar construyendo con palabras una gran obra, la gran novela capaz de desmantelar un mundo creando otro.
El talento existe, la inspiración es fugaz, el oficio se construye, en la vida no hay caminos, nos amamantan con mentiras, bloquean nuestros sueños, nos ridiculizan, violentan nuestras almas, nos convierten en palillos. Mi sueño era otro, cuando sea grande seré más pequeño, ser grande es convertirse en palillo, eso no se aprende en la escuela, la escuela es la primer máquina de desinformación, la verdad es relativa, la neta es absoluta. El talento, la inspiración, el oficio no visten este cadáver: comes mucho para estar muerto, cagas mucho para estar muerto, coges mucho para estar muerto, sueñas mucho para estar muerto. Creí, voté, estudié, amé y hoy no hay árbol al que no envidie. Los árboles, ay, los árboles, ay de mí.
Hey! Recuerda, es sólo un paseo:
It is just a ride.

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