martes, noviembre 25, 2008

Y así fue como decidí cocinar

Hoy fui a una entrevista de trabajo y platiqué brevemente con un chef que era como yo, pero en el futuro. Mi yo del futuro tenía acento extranjero, pensé que era gringo, quizá se llamaba John Gray como el restaurante y era el chef propietario. Fue muy amable, esforzábase en poner cara de serio, al principio me preguntó mirándome fijamente si no me conocía de algún lugar. Le dije que no, tal vez del espejo hace unos diez años, pensé. Llevaba una filipina blanca y un pantalón negro estampado con un patrón de algún utensilio de cocina. Rapado, de barba de candado ya canosa, más bien robusto, como debe ser un chef. Bien parecido, debo decirlo.
Tuve que explicarle brevemente que yo venía del D.F. y que había estudiado cocina. Luego pensé en que la historia detrás de la frase “estudié cocina” le da un giro radical a mi vida e inaugura un renacimiento. A veces pienso que necesitas mínimo treinta años para entender cómo está el pedo de la vida y poder empezar algo.
Me entrevisté con el chef en un pequeño cubículo, en presencia de dos tipos que ocupaban la pequeña oficina y no despegaban sus rostros del monitor de la computadora, inmediatamente recordé mis días trabajados para la compañía de seguros, sentado ocho horas frente a una computadora, la mayor parte del tiempo haciéndome güey. Nunca he echado más la hueva que cuando trabajaba en los seguros. Sólo que me levantaba temprano y por eso la gente piensa que era más trabajador que ahora. Un primate con retraso mental podría haber hecho aquel trabajo. Lo único que jodía un poco la hueva estresante de la oficina eran los jefes y las cámaras. Nunca sabías cuando el Big brother corporativo te estaría mirando de cerca.
Volviendo a la entrevista, miré a los dos oficinistas y dije al chef que yo antes era cómo ellos, una extensión de la computadora, el principal trabajo de su trabajo era que pareciera que estaban trabajando. Le conté que si bien desde niño había tenido que aprender a cocinar por necesidad, hasta apenas algunos años, cuando regresaba a mi casa de la oficina con el estómago vacío y me preparaba una cena, redescubrí el gran placer que es cocinar. A veces sólo cocinaba para mí, así aprendí a preparar y perfeccioné el pesto genovés; así aprendí a cocinar la pasta, las ensaladas, los aliños, las masas, el sushi, la tortilla española, los chiles rellenos, el mole. También cocinaba para mis amigos y siempre con buen éxito. Pero lo que marcó la diferencia y causó en mí una honda impresión fue cocinar para mi mujer, cocinar por amor. Un día decidí que era una pérdida de vida ese trabajo y que debía cambiar de profesión cuanto antes. Y renuncié.
Entre a estudiar gastronomía en una escuela propiedad de un chef francés, más bien parecía un club. Pero creo que fue una buena formación, creo que aprendí mucho en la escuela y mucho más por mi cuenta. Así fue como un día decidí que quería cocinar y hacer de la cocina mi forma de actividad económica. Nunca he olvidado los años pasados en la Facultad de filosofía y letras, nunca olvidaré los de Arquitectura, nunca olvidaré mi paso por la UAM de Xochimilco, soy el extraño producto de mil vidas. Soy como un vampiro. Eso último de las mil vidas y lo de ser vampiro ya no se lo dije al chef. Creo que le gustó mi relato.
Le dije que la cocina me apasionaba y que quería seguir aprendiendo y trabajando, formar parte de un equipo eficiente e integrado. Y otros lugares comunes para que nadie piense que eres extraño. Quedaron de hablarme. Por lo general no hablan.

2 comentarios:

Letisha Carlop dijo...

hola, ya pude llegar... espero retornar y mirar todo lo que se me ha ido sin visitar...un beso...

Anónimo dijo...

Una vez me encontré con una señora como de setenta en los tacos. Me preguntó mi edad. Le dije: "Treinta años". Me miró, se rió y dijo: "Uh, a los treinta años uno ya lo sabe todo". Yo le concedí la razón porque yo ya sé todo (por eso sé que no sé nada). Luego dio las gracias a Dios no recuerdo por qué. Quizá porque los tacos estaban buenos. Ahí fue donde me di cuenta que ella no sabía nada. Y esto no sé por qué lo cuento. Te mando un abrazo.