jueves, septiembre 18, 2008

El paraíso vendido 1

Después de tanto tiempo de fumar marihuana y dejarla abruptamente uno se queda con la sensación de un amor perdido. También es, la sobriedad repentina, una nueva forma de intoxicación, una ebriedad en negativo. Eso pensaba David aquella mañana de agosto en que las nubes negras de la lluvia inminente cubrían toda la costa. Los turistas habían salido despavoridos ante la noticia de la proximidad del meteoro que le tocaba esta vez llamarse Guillermo y que amenazaba con devastar toda la línea costera. David miraba el mar en sus patrullajes, tenía la encomienda de cuidar la playa privada del hotel, o mejor dicho el pedazo de la playa que el hotel había cercado y reservado para sus huéspedes. Más de una vez le habían llamado la atención por quedarse alelado mirando el mar y en una ocasión habían prometido correrlo si reincidía. Para él, aunque no lo pensaba exactamente así, el mar era como el pasado, que a su vez era la memoria que al final era la vida. No habría intentado siquiera explicar esta idea que sólo intuía pero no podía formular claramente. La vida se iba acumulando en la memoria, cada vivencia desplazaba a la siguiente y la apretaba contra el fondo del cráneo y los recuerdos viejos, a fuerza de ser presionados, se iban deformando hasta volverse casi irreconocibles; luego, como en un oleaje, a lo largo de las horas de vigilia las olas eran el flujo del pensamiento que es parte memoria, experiencia, recuerdo y nunca cesaban, y en la noche, los sueños eran ese mismo mar pero transfigurado por la plateada oscuridad de la luna, quebrada en trocitos incontables, temblorosa sobre la superficie del mar y también las olas misteriosas de la noche y también las tortugas. Debido a la naturaleza de su trabajo le había tocado ver cómo las tortugas salían a desovar en las noches de luna, siempre, un flujo de tortugas, supervivientes de toda devastación, en peligro constante gracias al hombre, siempre esa lucha por la supervivencia, donde quiera que mirara. Y una mañana aparecía en el mapa un huracán y eso daba tiempo para pensar mirando el horizonte sobre la playa desierta. Como una gaviota, como una monjita persiguiendo la orilla del mar en busca de restos de plancton.

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