jueves, septiembre 18, 2008

Cartas

Tengo el especial talento de escribir cartas que los destinatarios no pueden responder. Supongo que es por una ñoña amabilidad y un desenfrenado sentimentalismo maricón que no sé de dónde me sale cuando escribo una carta. Una vez a un amigo trotamundos que aprecio aunque apenas he visto un par de veces en mi vida, le escribí, sin venir al caso, que lo consideraba una excelentísima persona, un ser humano honesto y sincero, sencillo y buena onda, algo así. Nunca más volví a saber de él. No sé si tanto elogio le pareció sospechoso, no sé si pensó que yo era un gay de closet tratando de insinuar algo más, no sé. Y esta historia con otros matices se ha repetido en el mismo escenario epistolar.
No lo puedo evitar, cuando escribo soy sentimental, de qué podría escribir uno sin serlo. Diría que todas las cartas que escribo son cartas de amor, pero no es así, también he escrito cartas de odio, muy sentimentales también. Una vez otro amigo aguanto una carta horrible que le envié cuando yo sospechaba que una mujer que amé me había engañado con él, la respuesta con el tiempo ha dejado de importar, pero en aquel momento la paciencia de aquel amigo salvó la amistad.
Durante un año le escribí a... llamémosle Ana María, una carta diaria, o casi diaria. Ella guardó todas y casi me abrieron el camino a su corazón... llamémosle entrepierna, pero al final no pasamos de unos buenos fajes cuando ella estaba medio ebria, pero las cartas se perdieron con todo el valor literario que ahora creo que tenían. Ana María estaba buenísima, era hija de un médico acaudalado, vivía en una casa enorme en el estado de México y aún recuerdo las fiestas en su casa como las mejores de mi juventud. Fumaba y bebía como carretonera, tenía los abdominales marcadísimos, una sonrisa contagiosa y unas nalgas redonditas y duras. Luego de las cartas nos olvidamos aunque ella más que yo, que no olvido. Cuando estuve en España conocí a una gallega, nos hicimos amigos y prometimos escribirnos pero el problema con mis cartas irrespondibles silenció la amistad para siempre, a veces la recuerdo, un poco y siempre con cariño y nostalgia. Luego están las cartas de la innombrable que se han ido espaciando hasta hacerme sospechar que, finalmente y a Dios gracias, me ha olvidado por completo, lo cual celebro, pero siempre que pienso que eso acabó, que sólo quedan recuerdos fragmentados, imprecisos y felices, aparece, como rata al fondo de un cajón olvidado, una carta suya en mi correo y, en cierta forma todo se repite y se revuelca en mi cerebro como un gato encerrado en un costal.
Aunque nadie pueda corresponder a la emoción de mis cartas seguiré escribiendo cartas.

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