viernes, abril 18, 2008

Fragmento de novela

Lo que yo quería era que le fuera mal. Bien sabía yo para ese entonces que no sería conmigo, que yo no estaría ahí para verla caer, que quizá sería yo el que caería primero, que nunca sentiría la satisfacción de ver por la calle a mi Aldonza Lorenzo sin el disfraz de Dulcinea que yo le había confeccionado durante tantos años juntos, en los que estuvimos por igual juntos que separados.
Cuando ella me dejó yo vivía en un cuarto de azotea. Mi padre me había desterrado a esa parte de la casa cuando descubrió mi afición por la marihuana. El cuarto no estaba tan mal, claro que el baño estaba afuera cruzando los lavaderos y no había refrigerador ni teléfono, la luz era escasa y en las noches el frío se metía por debajo de la puerta o por las ranuras que se formaban entre el marco de la ventana y la pared; cuando llovía el agua se metía por el techo y escurría por la pared dejando líneas amarillentas que le daban a esta perrera una apariencia tétrica; pero era mi perrera, mi hogar. No fui yo quien lo bautizó así, fue la Rona, una perra callejera que rescaté de un atropellamiento y que vivió agradecida conmigo los cuatro años que duró tras el accidente. Cuando me mudé al cuarto ya habían pasado varios años y el olor a perro seguía ahí. Los olores son los verdaderos fantasmas y el de la Rona me gratificaba.

Aunque eres más pura que yo porque no tienes ninguna inteligencia que vender, sólo la triste envoltura de la carne.

Había mucha tristeza en el fondo de mi estómago.

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